La nieve y el cerezo

Él siempre la recordaría. Él siempre recordaría aquel momento en que la amó por completo, de una manera tan compleja como la eternidad y tan simple como el roce de sus labios. Él siempre la recordaría sonriendo a su lado, haciéndolo sentir que nada era imposible y que el mundo no podría ser más hermoso, porque toda la hermosura se la daba ella, con tan solo mirarlo, con tan solo abrazarlo, con tan solo tomarlo de la mano...

Ella siempre lo recordaría. Ella siempre recordaría aquel momento en que lo vió por primera vez, cuando lo vió por primera vez completo, siendo él mismo, de una manera tan compleja como un ser humano puede ser y tan simple como el amor que sentía hacia él. Ella siempre lo recordaría ayudándola, apoyándola, siendo amable con ella y llenando su mundo de felicidad inmensa, haciendo desaparecer las sombras de la soledad y descubriendo como cada día era tan perfecto, porque toda la perfección se la daba él, con tan solo mirarla, con tan solo abrazarla, con tan solo tomarla de la mano...

El día que los dos despertaron, habiendo pasado mucho tiempo, cada uno había presenciado el mismo sueño sin siquiera saberlo. Muchos kilómetros los separaban, pero el hilo que los mantenía unidos desde el momento en que se miraron la primera vez, siempre estaría uniéndolos de una manera que ni ellos mismos podrían saber, porque eso no era algo que se necesitara saber, era algo que se sentí. Él lo sentía hacia ella. Ella lo sentía hacia él. Y sin saberlo, sintiéndose y amándose de esa manera, real y mágica, sabían dentro suyo que por más tiempo que pasaran sin verse, por más tiempo que pasaran sin saber el uno del otro, estarían juntos por siempre. Juntos al lado de la inmensidad del Universo, juntos por la eternidad y en la belleza, creando la perfección de un amor puro y sin petenciones.

Él la recordaba todos los días, cada día, sin importar cuántas mujeres estuvieran en su camino, ninguna le había hecho sentir lo que ella hacía con tan solo una sonrisa.

Ella lo recordaba todos los días, cada día, sin importar el matrimonio que tuviera con otro hombre que también amaba, ni siquiera ese hombre le había hecho sentir lo que él con tan solo una mirada.

Ese día, ella iba camino a donde estaba su marido, había preparado el desayuno completo con mucho cariño, quería pasar un ddía de campo al lado del dueño del anillo que llevaba en su mano izquierda. Se le había hecho tarde, y sin quererlo, seguía meditando aquel sueño, con el que despertó esa misma mañana.

Ese día, él iba corriendo al llamado de una amiga, había recibido un mensaje que denotaba urgencia y desesperación, aunque no sentía nada por ella, lo necesitaba por alguna razón, y él estaría allí. Sin quererlo, aún en ese momento de emergencia, seguía pensando en aquel sueño, con el que despertó esa misma mañana.

En ese momento una chica venía hacia donde él estaba, caminando con una canasta de día de campo en sus manos, sonriente y con un anillo muy brillante en su mano izquierda. "Casada", pensó él, y la imaginación lo atacó con la imagen de aquel sueño perfecto. Donde estaban los dos juntos, amándose cada día y todos los días como siempre lo había deseado. Qué pena, qué trágico, qué vida tan vacía era en ese momento para él... tan solo mantenía el recuerdo de aquel beso, en medio de la nieve, debajo de un árbol de cerezo.

En ese momento, un chico venía hacia donde ella estaba, corriendo con un celular en la mano, al parecer tenía una emergencia, su cara denotaba precipitación y urgencia. "Seguramente fue su novia", pensó ella, y la imaginación la atacó con la imagen de aquel sueño perfecto. Donde estaban los dos juntos, cuidándose y apoyándose cada día y todos los días como siempre lo había deseado. Qué malestar tan grande, qué dolor tan intenso, qué vida tan pobre era en ese momento para ella... que tan solo mantenía el recuerdo de aquel beso, en medio de una pradera nevada, debajo de un cerezo seco por el frío del invierno, que no dejaba de ser hermoso al lado de él.

Justo entonces, esas dos personas que cruzaron sus caminos, se dieron cuenta de algo. Cada uno alzó el rostro para mirar a quien iba pasando, pero en ese momento, un tren pasó y la visión se ocultó para los dos.
Él estaba seguro que era ella.
Ella estaba segura que era él.

La emoción la invadió por completo, y no pudo hacer más...
La emoción lo invadió por completo, y se quedó esperando que pasara el tren. Quería verla. Necesitaba verla.

Cuando el tren terminó de pasar, ella ya no estaba ahí. Había huido de él porque sabía quién era, porque ahora estaba casada y no quería dañar a la otra persona. Porque sabría que él entendería cuánto lo amaba y por qué no lo podía ver ahora a la cara.

Cuando el tren terminó de pasar, ella ya no estaba ahí. Sin embargo, él la seguiría amando cada día de su vida, cada minuto hasta el final. Sabía que estaba casada, había visto el anillo en su mano y ahora entendería porque ella no espero a que terminara de pasar el tren.

La felicidad de ese día, invadió a los dos por completo. Aunque cada uno iba a seguir su vida sin el otro, en sus almas y en sus corazones, sabían que nunca se habían dejado atrás, que nunca se habían dejado de amar, que nunca, nunca, se olvidarían de aquel beso debajo del cerezo en medio de la nieve, donde alguna vez, se amaron de verdad.